6 oct 2010

La caligrafía del vino

Los dioses facilitan el primer verso...” Paúl Valéry. 
El vino es semejante al hombre: Jamás se sabrá hasta qué punto es posible estimarlo y despreciarlo, amarlo y odiarlo, ni de cuántos actos sublimes o fechorías monstruosas es capaz. No seamos entonces más crueles con él que con nosotros mismos y tratémonos como nuestro igual.” Charles Baudelaire.


Al igual que los paraísos, los vacíos pueden ser artificiales; poseer número de serie. Tras un laborioso y artesanal trabajo de orfebrería, Arthur sostiene uno de ellos sobre la palma de la mano; es entonces cuando comienzan a gravitar alrededor de su centro palabras cuya belleza resquebrajaría glaciares de sombra. A la hora de la cacería, enfundadas las manos en tinta negra, extiende los brazos sin conseguir ninguna presa; más arriba se dice, y estira todavía más los brazos, kilómetros y kilómetros, arañándolos con las ramas de árboles centenarios, amoratándose los dedos con el frío nocturno, aliviando el dolor con el frescor de las nubes que atraviesa como una flecha; pero nada consigue llevar a su zurrón de papel, y uno acaba por cansarse de agitar ramas en el aire; y entonces se encomienda a voces de timbre luminoso, voces de grandes alas que rozan soles como un arado sin sufrir ningún daño; pero ellas no perdonan agravios pasados y su silencio parece estremecer esta minúscula habitación de cinco francos diarios situada en la Rue Cortot, un lluvioso 11 de noviembre de 1886. 
Una “desbandada de perfumes” resuena detrás de la ventana, en las calles que ya pertenecen a la noche; Arthur se sirve con oscura liturgia una copa más de vino mientras espera acodado sobre la mesa; un crujir de sombra lo sobresalta derramando la copa sobre el papel amordazado; al instante trata inútilmente de remediar la torpeza con el puño deshilachado de su vieja camisa; entonces, en un primer momento cree observar un fino riachuelo de garabatos; luego atisba las cimas nevadas de azul de una M, y el pozo de aguas blasfemas de una U; tras un atónito pestañeo, la plenitud de un verso se derrama sobre el papel como la espuma del mediodía. El corazón de Arthur se llena de esperanza: ahora no hay más que seguir el rastro. Rosebud. 

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