Edmond Jabés.
Como el frío en la desnudez inmaculada; como yedra de agua colérica que salpica de miedo cada grano de arena, que se agita demente y avanza por entre “barcos ebrios” y pisadas sin memoria, por entre cuerpos devorados a dentelladas por la ferocidad del alba; o más bien como una fiebre, como una fiebre y su voraz plumaje, así aquella mano me sostuvo y el solo reflejo de su latir en mi carne cegó la dulzura cálida de unos ojos.
Dancé como un loco, como un incendio que hace girar su vestido de fuego sobre un bosque inocente y frágil, sobre la quietud frondosa de su aliento. Dancé como un loco trazando en el aire versos negros cuya belleza desprendía un aroma a sombra y ceniza.Era aquella única mano quien marcaba el ritmo con la solemnidad de la locura mientras todo se había reducido al seco sonido del zigzaguear de mi cuerpo en el aire.

Recibí aturdido la liberación. Caí por entre el primer rocío de la mañana y sólo el sordo golpe contra el suelo me hizo recuperar el ánimo. Sentí entonces gotear algo de mi cuerpo, como un sudor anónimo que quemaba cada poro de mi piel. A escasos centímetros, una blancura de belleza inquietante. En ella mojé mi culpa.
ROSEBUD