19 ene 2009

“El Tripulante”




La compuerta de la cabina culminó su apertura con un soplido, exhalando la atmósfera artificialmente conservada e innumerables días reciclada del interior de la nave. La luz del Sol entró entonces tímidamente abriéndose paso entre el vapor, bañando la cubierta.


El tripulante dudó unos instantes, respiró cansado y descendió mientras se ajustaba las placas de la escafandra que le protegía de las inclemencias del espacio exterior. El aire cálido del mediodía se mezcló en su respirador. A pesar de los filtros podía oler la hierba seca y el polvo. Parecía que, después de todo este tiempo el planeta se había recuperado.


Pisó el suelo torpemente. Se inclinó hacia atrás en un crujido, con las manos apoyadas en la espalda, mientras sus ojos se acostumbraban a la luz. Retiró entonces el casco e inspiró por primera vez en muchos años el aire de la Tierra. La barba, ya cana, le había crecido de forma inusual durante el viaje y le daba un aspecto reposado pero grave.

Dio unos pasos, se desprendió las placas de la entrepierna y comenzó a orinar. No pudo evitar sonreír así, casi sin darse cuenta, al recordar .


La luz de la luna coloreaba de azul la cortina de la ventana de su habitación que, de vez en vez se agitaba acompañada por una agradable brisa. Al lado su amigo del alma, aprovechando la cama nido que su madre había instalado bajo la suya, para aquel hermano que nunca llegó.

En verano rara vez se dormían antes de las dos de la mañana. Miles de ideas se agolpaban en sus pequeñas cabezas, a cada cual más descabellada y eso, unido a la sensación de tener que aprovechar el tiempo, les mantenía casi toda la noche en vela. Normalmente hablaban durante horas hasta que finalmente alguno de los dos terminaba por no contestar, pese al empeño que ponían en no hacerlo. Era una cuestión de orgullo personal el no ser el primero en quedarse dormido, aunque al día siguiente ninguno recordase cuál de los dos había sido.

Pasaban horas. Interminables horas viendo las estrellas e imaginando extrañas invasiones extraterrestres cada vez que veían alguna luz moverse en el firmamento -un satélite o un globo sonda-. Quién le iba a decir que sería él el que durante años dejase esas estelas luminosas en el cielo nocturno.


Se preguntó que habría sido de su amigo, cómo habrían sido sus últimos días.


Caminó despacio alrededor de la nave durante un rato. Tenía mucho que hacer, pero no tenía prisa. Podía tomarse todo el tiempo del mundo, al fin y al cabo era, probablemente, el último hombre vivo sobre la faz de la tierra.


El Tripulante

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravilloso e orixinal relato...onde a emoción está presente nese marco apocalíptico dun ser humano so ante sí mesmo...arrastrándonos non só polo espacio senón tamén no tempo...

"Que otra cosa podría buscar un explorador cansado en un m2 de tristeza..."

Anónimo dijo...

Original historia moi ben narrada que nos induce á reflexión. Moi interesante.

Anónimo dijo...

único ante o avismo da vida...qué sentido ten sen os demais? pode o home vivir só?

Anónimo dijo...

...Relato aterrador , donde la ciencia ficción da paso a un vacío existencial que remueve conciencias...

( NASA Telegraph)